La victoria de Trump es una vuelta al estado original de las sociedades centralizadas y jerárquicas, como la nuestra. Ese es el problema.
Durante el Gobierno de Joe Biden, EE.UU. no cumplió sus propios objetivos climáticos y dichos objetivos fueron insuficientes para cumplir con el objetivo global de limitar el calentamiento a 1,5º C por encima de los niveles preindustriales. Dicho objetivo podría, a su vez, no ser lo suficientemente eficaz como para evitar el umbral de no retorno de los elementos del sistema climático de la Tierra. Ya con un 1,3º C de elevación térmica observamos lo que parece un “flickering” climático: las perturbaciones cada vez más salvajes que tienden a preceder el colapso de un sistema complejo.
Trump ha prometido hacerle la guerra al planeta Tierra, incumpliendo los compromisos climáticos de EE.UU. y volviendo a retirar las restricciones a la extracción y quema de combustibles fósiles. Si sigue la agenda del Proyecto 2025, abandonará la Conveción Marco de las Naciones Unidas sobre el clima, haciendo que su ataque sobre el sistema climático de la Tierra sea más difícil de evitar.
Su base de votantes evangélica, deseosa de avanzar en el apocalipsis bíblico, lo adorará por ello. La mayoría, sencillamente niega el cambio climático. Otros consideran que eventos como las inundaciones y los incendios no son advertencias sino alegres presagios del fin del mundo: una gran limpieza en la que los justos serán ensalzados para sentarse a la derecha de Dios y sus enemigos arderán en la hoguera. Lo que veremos bajo un nuevo mandato de Trump será una evidente vinculación de los intereses de las empresas de combustibles fósiles con un electorado que apunta al Armagedón (y con la esperanza de recibir la ayuda de Benjamín Netanyahu).
Pero no lo olvidemos: el mayor problema al que la humanidad jamás se haya enfrentado apenas se ha mencionado en esta campaña electoral. Si Trump lo mencionó, fue para denunciar el cambio climático como “una de las mayores estafas de todos los tiempos”, mientras Kamala Harris apenas se pronunció en torno a este asunto. Quizás esto no sea una sorpresa, ya que ambos candidatos tenían una gran dependencia de la financiación por parte de los multimillonarios. El capital siempre es hostil a las restricciones y una política medioambiental eficaz habría supuesto la mayor de las restricciones.
En casi todos los frentes, la honestidad y la humanidad han estado retrocediendo durante muchos años. El genocidio, la conquista colonial, el apropiamiento de recursos de los pobres: todos han reaparecido incluso antes de que Trump vuelva a la Casa Blanca. Los ricos han aprendido cómo jugar con nuestros sistemas políticos. El capital ha encontrado los medios para resolver su antiguo problema: la democracia.
La conquista de EE.UU. por parte de Trump se ve como algo nuevo. Sin embargo, a mí me parece una vuelta al estado original de las sociedades centralizadas y jerárquicas. Durante muchos siglos, estas sociedades se caracterizaron por un poder extremo otorgado a un líder. Este poder se ejercía por una casta de privilegiados que se aprovechaba de una creencia basada en la inherente superioridad de unos grupos sobre otros. Esta casta estaba facultada para tratar las vidas de los demás como desechables, para criminalizar el disenso e infligir una violencia y crueldad extremas sobre aquellos que desafiaran al líder o su ideología. En lugar de argumentos racionales, utilizaba símbolos, eslóganes, ceremonias y desfiles para reforzar su poder y crear consenso social.
Un sistema democrático centralizado siempre fue una contradicción. Sin embargo, por muy ilustrados que parecieran los padres fundadores de EE.UU. (o los reformadores liberales de Reino Unido), crearon sistemas en los que el poder de las élites nunca renunciaría al control. Estos sistemas fueron muy vulnerables a raptos y reversiones. Solamente una democracia mucho más descentralizada y participativa podría oponerse a la vuelta a un gobierno autocrático.
Hemos trabajado durante años por una teoría popular de la democracia: para ganar poder debes argumentar en favor de la política que quieres ver, utilizando argumentos razonados. Los votantes valorarán los argumentos que compiten. En base a esto, y considerando los antecedentes de los candidatos, los votantes decidirán qué facción, que opera desde un centro distante, elegirán para gobernarlos durante los próximos cuatro o cinco años. Entonces confiarán en esos representantes para que actúen en su nombre hasta las próximas elecciones, basándose en un supuesto consentimiento. Esto fue un cuento de hadas.
La gente busca destruir aquello de lo que se siente excluida. Las “democracias” centralizadas lo excluyen todo salvo un círculo minoritario de poder genuino. Los desempoderados no se sienten impresionados por los “argumentos racionales” de esta o aquella facción: tienen un deseo completamente razonable (por muy irracional que su expresión resulte ser) de dar una patada al sistema. Hay formas constructivas y también destructivas de hacerlo. La mayoría de los votantes de EE.UU. han escogido ahora la vía destructiva. El mensaje de la victoria de Trump parece claro: al infierno con tus argumentos racionales. Danos homilías reconfortantes y sacrificios de sangre.
Trump pudo ser frenado con las elecciones a mitad de mandato, pero sus designaciones de magistrados para el Tribunal Supremo y la ayuda recibida de inmunidad casi de amplio-espectro le permitirán gobernar en ciertos aspectos sin restricciones. De alguna manera, puede ejercer un poder mayor del que los reyes medievales podrían haber soñado, ya que la desigualdad de armas entre el estado y los ciudadanos ha crecido de forma masiva en la era “democrática”.
Una propaganda sofisticada en nuevos canales de medios de comunicación, tecnologías de vigilancia, nuevos medios de control de masas, asesinatos selectivos: como hemos visto en otros países, estos métodos pueden utilizarse para eliminar la disidencia con una eficacia horrorosa. Cuando vi los mini drones que utiliza el Gobierno ruso para lanzar granadas sobre civiles en la ciudad ucraniana de Jersón, pensé: “un día eso podría ocurrirnos a cualquiera de nosotros”.
Por monstruoso que pueda parecer, Trump no es una excepción. Es la síntesis de la pseudodemocracia capitalista. Sus valores, completamente extrínsecos (basados en el prestigio, estatus, imagen, fama, poder y dinero) son los valores dominantes proyectados durante años sobre cada pantalla y en cada mente. Su criminalidad es la criminalidad del sistema. Su abuso de las mujeres, de los trabajadores, de los clientes, de los musulmanes, de los inmigrantes, de las personas discapacitadas y del medio ambiente es el abuso que la mayoría de la población mundial ha sufrido durante siglos.
¿Qué hacemos? Evitar que suceda en nuestros países. Esto, creo, requiere una descentralización masiva, la transferencia de la política a los ciudadanos, la creación de una democracia genuina que no pueda ser capturada tan fácilmente, la construcción de una civilización medioambiental que subordine la economía al sistema climático de la Tierra y no al revés. Nadie diría que esto fuera fácil. Pero ahora mismo estamos perfectamente entregando nuestras vidas a los Donald Trump que acechan en cada país.